" La vida es un mar lleno de escollos y remolinos, que el hombre sólo evita a fuerza de prudencia y de cuidados, por más que sabe que si consigue librarse de ellos con su habilidad y sus esfuerzos, a medida que avanza, no puede, sin embargo, retardar el grande, el total, el inevitable, el irremediable naufragio, la muerte, que parece correr delante de él. Ése es el fin supremo de esta laboriosa navegación, el escollo infinitamente peor de entre todos los que se ha librado el hombre."
(Arthur Schopenhauer, en El amor, las mujeres y la muerte).
Sabias palabras las de Schopenhauer. Nuestra misma existencia está tempranamente dada por muerta desde que comienza ella misma a ser. Transitamos el mundo sólo de una manera efímera, y nuestra corta vida no es nada en comparación con la voluptuosidad del tiempo infinito, de los grandes astros y sus pasos sin apuros, con el girar y girar de nuestra Tierra, tal cual como si todo ocurriese siempre de la misma manera. Quizá de jovenes no tomamos noción en el asunto, pero ya pasados unos años vemos al tiempo como nuestra riqueza más valiosa; riqueza que no podemos defender ante el paso del reloj, y ante lo cual comenzamos a concientizarnos que nuestra cuenta se da de manera regresiva, y que está cargada de la incognita de no saber ni "cuándo", ni "cómo", se llegara a cero.
Tic-Tac
Un cigarro que se enciende y se disfruta su fumar
se consume hasta el final y pronto llega a la colilla
hace temblar nuestras piernas
queremos más pero no lo hay
Hermosa e ignorada juventud, tan fugaz como el placer
llantos de adolescencia que apagan un mar de risas
quejosos vejestorios que se arrugan más y más
¡cuándo disfrutaremos sin pensar en el tic-tac!
Leyes funestas de los corazones al latir
que hacen que nuestros abuelos duren tan poco
crueldad la de nuestros ojos
al mostrarnos las madres envejecer
Todo es en vano, no hay nada que hacerle
¡huesos que se quiebran sobre su propio peso!
trágica muerte, musa de la filosofía
la que siempre inspira a derrochar estas palabras
Imagen: La bella Rosine- Antoine Wiertz, 1847